Diferente
y único, igual que todos. Una gran carrera de éxito, igual que todos. Un as de
las finanzas según el Times, igual
que todos. Casado y con dos hijos en los mejores colegios privados, igual que
todos. Casa en la playa y yate, igual que todos. Aparatos inteligentes de
última generación, igual que todos. Varios coches y motos en el garaje, igual
que todos. Tonteo con los deportes de riesgo de verano e invierno, igual que
todos.
Igual
que todos, esa noche fue al casino, acompañado de su preciosa mujer retocada.
Igual que todos, su misión era ganar; probaría con el black jack. Igual
que todos, ganó varias rondas y sumó una importante cifra de seis ceros. Igual
que todos, pasó a recoger a su mujer a la barra y se fueron al hotel en un
taxi. Igual que todos, llegó a su habitación e indicó a su mujer que se
quedaría un rato más en el bar para celebrarlo.
Bajó
a la primera planta, entró al bar y pidió un whisky con hielo. Sabía igual que
todos. Ganar un millón de dólares sabía igual que todos los otros millones
ganados. La compañía de su mujer no era diferente de la de cualquier otro. Sus
hijos, casi unos desconocidos, igual que todos. Pensó que esta noche le
costaría dormir, igual que las precedentes. Se dirigió al coche, en busca de ansiolíticos
que pudieran calmarlo. Llegó al aparcamiento y sacó el mando torpemente, tanto
que se le resbaló de entre sus dedos. Se agachó a recogerlo y ordenó la
apertura del coche. Abalanzándose sobre la puerta, la abrió e hincó la rodilla
en el asiento del copiloto mientras mostraba una mueca con la nariz arrugada,
para evitar que se le cayeran las gafas. Abrió la guantera, apartó la
carpeta con los papeles del seguro y revolvió en busca de la caja de pastillas.
El seguro... Recordó que hacía unos meses su mujer le había propuesto hacer un
seguro de vida, por los niños. Hacía ya tiempo que tenía la sensación de que no
era más que eso, dinero seguro, para ella, para sus hijos, para sus colegas: la
gallina de los huevos de oro, cegado por su ambición. Toda una vida vacía,
subiendo peldaño a peldaño una escalera de humo; del humo de los cigarros de
quienes lo alentaban. Escalera de sueños semejaba, pero ya lo dijo Calderón, que
los sueños, sueños son. Sueño es lo que quería. Por fin apareció la caja.
Justo en ese momento, un coche pasaba por detrás y su ráfaga de luz hizo
resplandecer por unos instantes algo en el fondo de la guantera. Le brincó el
corazón como hacía años que no pasaba. Se había olvidado de ella. Se la habían
regalado hacía años por seguridad, cuando su nombre comenzaba a despuntar en
las revistas. Ella le permitiría reducirse a la única esencia que los demás veían
en él: sólo dinero. Su familia, sus colegas,... todos, alardearían de cuán
cercanos y allegados eran con la única finalidad de alcanzar un fajo de
billetes más. ¿Eso querían? Eso tendrían. Diferente y único, sí, pero no igual
que todos.